Do you remember how we used to play up where the buildings fade?
Hear people yelling but didn’t understand how hard this could get
En la radio del coche suena Getting older de Anni B Sweet. Su delicada y amarga voz va penetrando mis oídos como lo hace el paisaje que voy descubriendo a cada paso, custodiada por el bosque que persigue la línea ondulante de la carretera.
Frigiliana se asienta en la Sierra Almijara a trescientos metros sobre el nivel del mar y con un microclima subtropical. Un pueblo con una inherente belleza morisca: calles empinadas, estrechas, sinuosas, casas de una cal reluciente que se encaraman unas sobre otras, pasadizos donde brota la naturaleza, adarves y revellines que conforman una villa que nos retrotrae al pasado y que ha sido elogiada con prestigiosos premios de embellecimiento, todos sin duda merecidos a mis ojos.
Cierro los ojos e imagino cómo se verá este pueblo, la sierra y el mar desde una posición cenital
Aparco en una pequeña avenida que hay en la parte más nueva del pueblo y subo andando la pequeña rampa que me lleva hasta El Ingenio, hoy sede de la fábrica de miel de caña Nuestra Señora del Carmen, única en Europa. Desde ese punto, el bosque me vuelve a encontrar y entre cañas de azúcar quisiera ser un aguila o un incrédulo gorrión para extender las alas y echar a volar. Cierro los ojos e imagino cómo se verá este pueblo, la sierra y el mar desde una posición cenital.
Vuelvo a la realidad, y voy descubriendo otros tesoros de este pueblo por la calle Real. Piso un suelo de piedra, a veces de distintos tonos, que dibujan guirnaldas. Subo hasta la plaza donde emerge la parroquia de San Antonio que, para algunos estudiosos, se eleva sobre el solar de una antiguo templo, al igual que otros muchos en la Axarquía, de manera que está en entredicho que sea de nueva construcción, como se desprende del texto de la placa cerámica que hay en la fachada, donde se puede leer:
Bernardo de godoi,
maestro maior,
Mefezid desde cimientos.
Año, de, 1676
Salgo de la iglesia y sigo por lo que se ha denominado como Barribarto (barrio alto) a través de la calle Garral desde donde se desgranó la villa para seguir su curso en callejas y callejones.
Una mujer barre el descansillo de su casa y su hijo le ayuda parsimoniosamente. Empiezo a sentirme abrumada ante tanta belleza, y por qué no, ante tal sentido de la responsabilidad de una gente que ama tan profundamente su tierra. Transito por calles donde la luz juega con las sombras, el agua rezuma tímidamente en la diferentes fuentes, las macetas son el hilo conductor de este pueblo, donde hasta los cubremacetas son elegidos al detalle. Huelo a albahaca, geranios, rosas, helechos en pasajes y callejones de espectro mágico.
De pronto, aparece un gato marrón con ribetes negros y ojos felinos de color miel. Me mira fijamente, sin miedo, sin temor, como si me hubiese visto antes. Se acerca y me roza las piernas pidiendo una caricia. El gato me sigue. Es fiel. Raro, en un gato.
Hace calor y busco una fuente para refrescarme un poco la cara. Encuentro la Fuente Vieja que data del siglo XVII y sigo después la ruta de los doce murales de cerámica -obra de Pilar García Millán- en memoria de la gesta de Hernando el Darra, líder de la rebelión morisca que prendió por estas tierras.
La Ermita del Ecce Homo, conocida popularmente por los vecinos como ermita del ‘Santo Cristo’, data del siglo XVIII y es otro de los monumentos más importantes de Frigiliana.
Desde la parte más alta del pueblo la fotografía roza la irrealidad: a un lado el parque natural, al otro el entramado morisco del pueblo y, al frente, el inmenso mar.
Se acaba mi viaje, pero volveré a este pueblo pulcro y descubriré otros tesoros en los que quizás nadie se haya fijado jamás.
Y el gato me seguirá.